Por: Eloy Jaúregui
Una mujer escribe poesía. Habita en ella la memoria del deseo. La noche la envuelve y la desnuda. Ella traza un relámpago en su escritura e intenta nuevamente el gozo. Domina su cuerpo y se estremece. Inunda así el blanco de su texto. Lo vence y lo abraza de brasas. Luego desfallece, apacible y plena, no obstante, florece luego y sigue. La dama se llama Leydy Loayza Mendoza, su poesía es ella misma quien entinta los prejuicios con su valentía. No es frecuente mostrar ese lado secreto de una creadora, su erotismo, su sensualidad desmedida pero esa es su virtud, el domeñar lo oculto. Así sentencia: “Lo que interpretan mis líneas es lo que expresa mi boca / Lo que resumen las hojas, lo que intento explicarte / Lo que me enciende, me acongoja, me preocupa o me divierte / Lo que me enerva la sangre, o lo que de ti me vuelve loca…”
Una mujer escribe poesía. Habita en ella la memoria del deseo. La noche la envuelve y la desnuda. Ella traza un relámpago en su escritura e intenta nuevamente el gozo. Domina su cuerpo y se estremece. Inunda así el blanco de su texto. Lo vence y lo abraza de brasas. Luego desfallece, apacible y plena, no obstante, florece luego y sigue. La dama se llama Leydy Loayza Mendoza, su poesía es ella misma quien entinta los prejuicios con su valentía. No es frecuente mostrar ese lado secreto de una creadora, su erotismo, su sensualidad desmedida pero esa es su virtud, el domeñar lo oculto. Así sentencia: “Lo que interpretan mis líneas es lo que expresa mi boca / Lo que resumen las hojas, lo que intento explicarte / Lo que me enciende, me acongoja, me preocupa o me divierte / Lo que me enerva la sangre, o lo que de ti me vuelve loca…”
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